La vida es un cambio constante
nunca sabes lo que va a pasar. Aunque el tiempo pase debemos ser agradecidos
con todas aquellas personas que dedican lo mejor de sí para que otros
aprendan y crezcan en esta vida.
Todos esos períodos dedicados a
una gran labor, como lo es la enseñanza.
Es menester reconocer la calidad
y grandeza con que has hecho todo en la vida, esa profesionalidad para tratar a
las personas que en algún momento se han acercado a ti con esas ganas de
aprender y te has volcado sobre ellos para que así sea. No todos hacen los
trabajos de enseñar a las personas de esa forma magistral, con dedicación,
esmero, ahínco y muchas ganas de dar lo mejor siempre. Esa mística de trabajo
que te caracteriza, queriendo hacer cada vez mejor las cosas, porque sabes que
esto se logra cuando naces con esa sabiduría para la enseñanza. Trabajas con y
desde el corazón, eso que luego la haces una maestría. Honor a quien honor
merece. Todo aquello que se gana con trabajo, esfuerzo, dedicación es un gran
mérito que se reconozcan sus logros...nunca sabemos cómo vamos a gestionar
nuestras vidas hasta que tenemos la oportunidad y aprovechamos para sacar todo
ese conocimiento que tenemos.
Nadie sabe lo que hay dentro de
cada uno de nosotros, tenemos que empezar a cambiar de adentro para afuera y
siempre dando pasos necesarios para lograr lo que deseas.
Cuento: El guijarro correcto.
Guijarro: Piedra pequeña y redondeada a causa de la erosión que se encuentra generalmente a orillas de ríos y arroyos.
Un hombre oyó decir que cierto alquimista había perdido, en un desierto muy cercano, el resultado de años de trabajo: la famosa piedra filosofal, que transformaba en oro cualquier metal que tocase.
Impulsado por el deseo de encontrarla y hacerse rico, el hombre se dirigió al desierto. Como no sabía exactamente qué aspecto tenía la piedra filosofal, comenzó a recoger todos los guijarros que encontraba, poniéndolos en contacto con la hebilla de su cinturón, y observando si ocurría algo.
Transcurrió un año, y otro más, y nada. El hombre, no obstante, conservaba con terquedad su deseo de recuperar la piedra mágica. Por ello, ya automáticamente, caminaba por los diversos valles y montañas del desierto, restregando un guijarro tras otro contra su cinturón.
Cierta noche, antes de dormir, ¡se dio cuenta de que su hebilla se había transformado en oro!
Pero, ¿cuál de las piedras había obrado el prodigio? ¿Acaso el milagro había ocurrido por la mañana, o ya de noche? ¿Hace cuánto tiempo, realmente, no se fijaba en el resultado de su esfuerzo? Lo que antes era la búsqueda de algo concreto se había transformado en un ejercicio mecánico, al que no prestaba ninguna atención ni le proporcionaba el menor placer. Lo que era una aventura, se había transformado en una obligación odiosa.
Ahora ya no había manera de descubrir la piedra exacta, pues la hebilla ya era de oro, y ya no podría ser nuevamente transformada. Había recorrido el camino correcto, pero había dejado de prestar atención al milagro que lo aguardaba.
Abrazos de LUZ y AMOR.
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