lunes, 18 de septiembre de 2017

NOS HACEMOS MÁS SERIOS





Debemos tener una conciencia activa con una frecuencia alta, porque el juego de nuestra vida se vuelve más burbujeante cuando se siente de cerca el éxito en cada situación resuelta, aunque haya tenido que pasar por niveles altos de tensión para lograrlo.
Muchas veces se pierde el sentido de la vida en los quehaceres diarios. Si se pudiese organizar todo de una manera diferente  en vez de estar dividido, fuese que todo está unido, las cosas tendrían solución mucho más rápido y fácil porque habría una integración de la totalidad. 
La vida es un constante cambio y desarrollo, algunos son positivos otros no tanto, porque nada está estático. 


Las casualidades la pintan calva, pero cuando en nuestro interior se temen cosas, nos limita para verlas cuando se presentan.
Las experiencias de vida te llevan a tomar decisiones que te ayudan a saber hacia dónde te diriges y tomes acciones.


Cuando hay crisis en tu vida debes tomar acción y buscar las infinitas posibilidades, para que de esa manera lleguen las ideas y empieces a desarrollarlas. 
Al permanecer despierto puedes estar alerta a las señales que recibes, porque  dormido no ves lo que sucede a tu alrededor.
Si tomas decisiones o caminos sin pensar en los riesgos  no sabes lo que puede suceder  en cada momento cuando estás en una situación límite o en el máximo nivel de excitación, por eso cuando ordenas las ideas de adentro hacia afuera con un nivel de conciencia despierto empiezas a valorar todo lo que haces y sientes satisfacción de lo que logras.



Fuente: Era una vez un río. ~JORGE ÁNGEL LIVRAGA
Era una vez un río (dice una vieja tradición oriental) que corría mansamente sobre su cómodo lecho de barro. Sus aguas eran turbias y en ellas vivían los peces plomizos que buscan su alimento en el lodo.
Como era muy poco profundo, a ningún ser humano se le había ocurrido hacer un puente sobre él, y se conformaron arrojando en su seno algunas grandes piedras que improvisaban caminos, apenas húmedos por las lentas aguas. Los animales del bosque, simplemente, lo vadeaban por los lugares menos profundos, revolviendo sus entrañas con sus patas. A beber iban al lago cercano, pues las aguas del río eran oscuras y olían mal.
Pero el dios Indra, que todo lo ve, se apiadó del genio del río, pues sin ser tonto, actuaba como tal, entorpecido por la inercia y la comodidad, ya acostumbrado a que pisoteasen su cuerpo, que era húmedo y hediondo como una víbora muerta. Con el paso del tiempo, el río se había conformado con los caminos más suaves y evitaba los declives violentos. Era mudo, feo y las bellas ondinas y las hadas de las riberas no se acercaban a él, ni siquiera para fabricar sus espejos mágicos en las noches de luna llena.
Uno de los servidores de Indra secó la tierra frente a él y la levantó de manera que lo obligó a desviarse. El viejo río, asustado al principio, comenzó a gemir, pero pronto descubrió el placer de saltar sobre las piedras, y con un rugido, abatió árboles y se abrió camino, saltando abismos y arremetiendo contra enormes peñascos.
Su agua se hizo límpida al filtrarse a través de las arenas y pedruscos, su lecho fue de piedra y a veces de metal, brillando las vetas en su cauce como los ígneos látigos de Indra cuando conduce a los Maruts.
De su seno, otrora oscuro y lóbrego, nació la espuma blanca, pues la blancura no aparece si no hay lucha, si no hay purificación.
Lo habitaron los peces irisados que remontan las aguas y, las claras lagunas que iba dejando a sus costados engarzadas en formidables rocas, fueron embeleso de los Elementales de las aguas. Con el reflejo titilante de las estrellas hicieron las ninfas sus peines mágicos, y los espejos encantados los extraían de los profundos remansos.
Los hombres ya no lo pisotearon, sino que elevaron arcos de triunfo sobre él, a los que llamaban puentes.
Los animales lo cruzaban nadando y, limpios y brillantes, comentaban luego la fuerza del río. Al final, cuando llegaba a su Madre Ganga, era recibido con ovaciones por las otras aguas, que se abrazaban a las suyas gritando de alegría.
Y, viendo todo esto y muchas cosas más que no os cuento, Indra pensó en los muchos seres humanos que no aprovechan sus oportunidades y siguen siendo ríos lentos y barrosos, carentes de valor y de gloria. Dos lágrimas corren entonces por su rostro candente y así aparecen las nubes, y todo en la naturaleza se vuelve gris y lamenta la estupidez humana.

Abrazos energétios de LUZ Y AMOR.







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