En mi vida, desde muy tierna edad, siempre existieron mujeres que signaron de manera definitiva mi sino; por ellas he sentido la mayor ternura, respeto, admiración, pasión, y se quiere, devoción. De ellas aprendí el amor, la compasión, la caridad, la gratitud y esos otros valores humanos que nos forjan más cercanos, sensibles y solidarios con nuestros hermanos de especie, haciéndonos merecedores de llamarnos… hijos de Dios.
Comenzó con mi madre, esa dama antañona que llenó de amor el sendero que con ella viví; que proyectó el camino de mi vida, sobre la base de creer en uno mismo, de dar paso a las situaciones por adversas que fueren, con la fe y la seguridad de que, siempre, sin importar cuando, podremos superarlas.
Mi hermanita que convivió conmigo su niñez, que me llenó de afecto; y al final, cuando siendo aun una niña Dios la llamó a su encuentro, por siempre dejó un aroma de azahar en mi alma, que hoy, en este momento, lo percibo en lo más profundo de mi sentimiento.
Luego vino mi esposa, esa compañera de viaje largo que perfumó mi vida y siendo muy joven subió a mi barco, para ayudarme a llevarlo a puerto seguro. De ella aprendí lo importante del compromiso, que conlleva respeto, admiración, aceptación, consideración y buena comunicación, como los tres pilares que soportan cualquier buena relación de pareja: amor, admiración y respeto.
Después vinieron mis tres bellísimas y amorosas hijas, que son la extensión de ese tierno amor que nos permitió edificar y mantener un hogar por más de cuatro décadas, donde somos un equipo, y la felicidad es nuestro color de identidad.
Conozco mis hijas muy bien; las he visto llorar de amor y por amor, enfrentando con entereza pero con generosidad cualquier circunstancia, sin permitir perder la confianza en sí mismas y en los demás seres humanos, por lo cual siempre las he visto perdonar y olvidar agravios, sobreponerse y… triunfar.
Las admiro, porque las he visto hacerse mujeres y sé que no es nada fácil el papel de madres, esposas, leales y entrañables amigas. Fabrican hombres y los hacen seguir el buen camino, aunque la mayoría de las veces no les sea debidamente reconocido.
Constantemente las he necesitado y siempre las necesitaré. Quiero irme primero, porque creo que no se vivir sin ellas; han sido siempre mi mayor acicate para salir adelante, mi mayor bendición y a ellas debo el éxito logrado en mi vida, que resume en una frase: SER FELIZ..
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