Tres preguntas a Elisabeth Horowitz
Somos descendientes de parejas imperfectas y no trabajadas. Parejas que no se formaron sobre la base del intercambio sino con la intención de compensar las faltas de las generaciones precedentes.
¿Somos libres en el terreno sentimental o dependemos de las generaciones precedentes?
Al casarse, hombres y mujeres unen, sobre todo, dos familias. Sus árboles genealógicos “encajan” perfectamente, se compensan y se completan. Nos damos cuenta de que las uniones intentan dar como resultado un árbol mixto y más o menos viable a partir de dos genealogías. Dos familias distintas logran una sensación de plenitud mediante el matrimonio.
¿De ese modo compensan su historia familiar?
De ese modo garantizan la presencia de otra persona cuyo árbol genealógico se corresponderá con el suyo. Además, la mayor parte de las veces, disponemos de gran cantidad de información sobre los padres y los hermanos y hermanas, por lo que la pareja acaba siendo la suma de las “imágenes familiares originales”. La psicogenealogía parte del principio inverso, es decir, lograr un cierto nivel de diferenciación respecto a la propia familia es la condición previa para formar una pareja. Para ser dos, es preciso ubicarse primero en la propia unidad, sustraerse del “nosotros” familiar y profundizar en el “yo”.
¿El amor se sitúa más allá del árbol genealógico?
Sí, permite verdaderos intercambios corporales, sexuales, afectivos intelectuales e incluso espirituales. Intercambios a múltiples niveles.
Elisabeth Horowitz, en “Liberarse del destino familiar” ed. Zenith
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